Por Alberto Fernández Gil y Mario Quevedo
Esta entrada pretende aportar algunas ideas a la presente discusión sobre controles de lobos. Discusión en la que a veces se mencionan criterios técnicos que justifiquen esos controles. Bueno, quizá sea más correcto escribir polémica; discusión es otra cosa.
Posiblemente el primer paso debiera ser distinguir entre controles de población y controles de ejemplares. Son cosas distintas, confundidas a menudo. Es verdad no obstante que otras veces, como en el caso reciente de la declaración de intenciones de Asturias, no hay duda posible: se aprueba un plan anual de control de población de lobos, más allá de toda ambigüedad semántica.
Los controles de población - como los que se pretenden llevar a cabo en Asturias con los lobos, o los que se repiten desde hace años con los cormoranes grandes - difícilmente pueden justificarse con criterios técnicos. ¿Por qué?
En el caso de los lobos, para la mayoría de individuos de la especie ese tipo de controles serían preventivos: se matan ejemplares desconocidos, que no tienen por qué haber causado daños o molestias. De hecho, se matan incluso cachorros, que no han tenido ni tiempo de elegir presa. Estos últimos son victimas frecuentes, entre otras cosas porque durante el verano permanecen en los lugares de reunión donde son atendidos y alimentados por los adultos. Dado que no han causado daños, esos individuos mueren por pertenecer a una especie culturalmente molesta. Es xenofobia ambiental, similar a la del zapatazo sobre la araña peluda de la pared, de la cual no conocemos especie, sexo, o profesión. Aunque es posible que sepamos que también come bichos.
Los controles de población sólo estarían justificados en casos excepcionales. Por ejemplo, poblaciones superabundantes, que comprometan la seguridad de muchas personas - aunque a esos casos se llega generalmente por desequilibrios antrópicos, y sin arreglar los desequilibrios los controles de población son inútiles. O especies introducidas, cuyo impacto sobre otras especies nativas dependa esencialmente del número. Ejemplo típico, las ratas en islas oceánicas; menos típico y bastante más relevante a escala local, los visones americanos y su impacto sobre las aves marinas en la costa Cantábrica. Desde luego no es el caso del lobo ibérico.
Ni siquiera la estima más optimista del tamaño de la población lobera resiste un análisis técnico, comparado con las especies que habitualmente aparecen en los listados de protección. Más aún, considérese el concepto de población mínima viable, sin duda conocido de sobra por cualquier gestor de fauna que merezca ese nombre. O el de población efectiva. No, controlar la población de lobos ibéricos no tiene justificación técnica.
Añadir el término "tecnico" nos parece más bien disfrazar populismo -si acaso- de tecnocracia. En el caso concreto de los lobos en Asturias, resulta cuando menos inquietante que una población de ~1 millón de asturianos bípedos -eso si, de cráneo hipertrófico- pretenda justificar controles de población de otra especie nativa que no pasa de pocos cientos en el mismo territorio.
Otra cosa son los controles de ejemplares, de individuos determinados. En el caso de los lobos, estos controles se pueden justificar técnicamente si determinados individuos producen daños graves, en base a criterios establecidos previamente. Y se pueden justificar si se han tomado medidas de prevención ajustadas a la presencia en el territorio de un predador como el lobo. Conviene además considerar a quién y dónde afectan los daños: si afectan a profesionales de la ganadería, si el ganado está en terrenos públicos, en espacios protegidos, si se han recibido subvenciones públicas, si los profesionales afectados muestran un compromiso con esos fondos públicos, si protegen su ganado de acuerdo a los criterios técnicos establecidos. O si han sufrido algún daño, o por el contrario han presentado 65 reclamaciones en un año, en cuyo caso habría que cuestionar si el afectado se dedica a la ganadería o a la dañadería. Nótese que esos criterios técnicos son comparables a los que el resto de ciudadanos hemos de cumplir para acceder a uno u otro servicio público: asistencia sanitaria, prestación por desempleo, etc.
En ese caso sí se podría hablar de criterios técnicos: técnica para identificar al ejemplar, técnica o protocolo para contrastar el caso del afectado con los criterios vigentes, técnica para en su caso aplicar esos criterios y determinar si hay que eliminar al que comete la ofensa, sea lobo u otra especie.
Así y todo, hay más ruido en esto de los lobos. Por ejemplo, más allá de la disyuntiva presentada en esta entrada, o mejor dicho, mucho, mucho más abajo, quedan los intentos de justificar controles de población de lobo "porque provocan desequilibrios ambientales en espacios protegidos". Semejante disparate no merecería siquiera consideración, de no ser para pedir responsabilidades por incompetencia manifiesta a los cargos públicos que lo hayan proferido. Para otra ocasión.
Los lobos son super-predadores. Son parte de esa megafauna que en otras partes del mundo, tras haberla hecho desaparecer en tiempos de menos medios, menos letras y menos ciencia, se intenta recuperar. Requieren por tanto gestores y compromisos a la altura, capaces de dejar el veneno, los cepos y los tiros para las fotos en blanco y negro. Requieren responsables públicos capaces de aportar ideas, soluciones. Seguro que hay personas implicadas en política capaces de estar a la altura. Hoy mismo leíamos en prensa una aproximación en ese sentido: César B Arias en La Nueva España.