2012-03-31

De jovenes e investigación

Por Mario Quevedo

No va este comentario de urogallos, ni de la Cordillera Cantábrica. Tampoco intenta como otras entradas anteriores divulgar ecología o biología de la conservación. Es quizá un inciso, provocado por las actuales y tristes circunstancias politico-económicas.

Suenan sables aquí y allá; hay que recortar, dicen, aquí y allá. Lo recortes suenan, atruenan, en lo público, toda vez que lo privado no se recorta igual de fácil. Pública es buena parte de la investigación de un país, y pública será la pedrada en toda la cocorota.

Por eso leemos estos días manifiestos de sociedades científicas, mensajes de alarma recogidos en medios relevantes como Nature, advirtiendo del daño que se le infringirá al país si se para la investigación. Comparto la esencia de esos mensajes, aunque también hubiera preferido que la defensa de la ciencia viniera desde otros sectores de la sociedad, por aquello de evitar ser juez y parte. Eso si, me resultan esos mensajes demasiado abstractos y especializados para que el público los incorpore sin realizar un cierto acto de fe. Por eso cuento aquí algunos efectos concretos de los recortes en investigación, ocupándome sólo de una de las múltiples facetas de los mismos: menor incorporación de jóvenes investigadores a las universidades y centros de investigación españoles.

¿Qué significa "jóvenes investigadores" en este contexto? Me refiero a los que recién salidos de su formación universitaria deciden seguir la vía del "posgrado", especialmente aquellos que buscan financiación para emprender ese periodo de aprendizaje intensivo que supone la elaboración de una tesis doctoral. Los mal llamados "becarios", término que hace referencia sólo al modo de financiación, y no al tipo ni calidad de sus aportaciones.

Esta gente es imprescindible en la investigación de cualquier país. ¿Por qué? Entre otras cosas, y por definición de doctorando, su nivel de concentración en sus objetivos de investigación es superior al de los "menos jóvenes", cuya actividad profesional está más diversificada y cargada con burocracia. Esos objetivos de investigación son, también por definición de tesis doctoral y porque caminamos a hombros de gigantes, muy específicos (como ilustra tan bien Matt Might en su The Illustrated Guide to a PhD).



Pero esa es la parte quizá más obvia, más relacionada con la productividad, de la importancia de los jóvenes investigadores. Menos obvio resulta el efecto que tienen sobre los investigadores sénior (entendidos aquí como aquellos con responsabilidad de supervisión y gestión). A ver si me explico: los doctorandos llegan con "la pizarra más limpia", menos garabateada de dogmas científicos y culturales, menos rayada por las fricciones propias del oficio. Son más libres, y sonríen más; pueden aportar una visión lateral e ideas alternativas, algo fundamental para que la ciencia no palidezca, adelgace y aburra.

La interacción de los investigadores sénior con esos jóvenes supone enseñar; eso requiere asegurarse de que uno se explica decentemente, y obliga a reforzar la propia comprensión de los conceptos. Supone también someter las ideas propias al escrutinio de esas mentes más jóvenes e, idealmente, más libres. Y a lo mejor esas ideas son cuestionadas, y por tanto revisadas o reforzadas. Que nadie me interprete mal, a mi también me revienta que me cuestionen. Es más, mis amigos me pintan más como demonio de Tasmania que como hierática iguana de Galápagos. Pero pasados esos minutos que uno necesita para reagrupar y golpear de vuelta, sabemos que en investigación hacen falta la cuestión y el escepticismo. En fin, aire fresco, ilusión, diversidad, energía. Eso aportan. Se dice pronto.

Y esa aportación me parece especialmente crítica en las universidades, donde los sénior son profesores y no por tanto investigan a tiempo completo, y donde la circulación de investigadores externos es normalmente menor que en los centros puros de investigación (como por ejemplo los del CSIC). Qué diferentes son esos departamentos en los que circulan y trabajan muchos doctorandos de aquellos donde son raros, tanto espacial como temporalmente, y los sénior se ocupan exclusivamente de la docencia o de su propia investigación.

Esto de recortar la apuesta por los jóvenes investigadores me recuerda a una historia familiar, a una discusión que mi padre oyó a los suyos, cuando era chaval. La discusión vino a terminar con "el neñu estudia como que me llamo Marino", que así se llamaba mi güelu, cerrando así el debate del miedo económico y la necesidad de que el neñu se pusiera a producir dinero. Pienso que esa disposición de Marino, junto a la equivalente que vino por línea materna, determinó que en mi turno no existiera ya tal discusión. Se diría que en mi familia habían interiorizado que es mejor aprender mucho y olvidar tanto que no aprender nunca, a pesar de que mantuvieran preocupación por el futuro profesional del chaval. Mi güela, la de la discusión, no supo nunca escribir, así que el salto es importante, y se produjo rápido.

Lo que ya no me recuerda tanto a la historia familiar es que los que imponen ahora recortes en formación de gente joven saben escribir muy bien. Es posible que incluso alguno sea bilingüe incluso en público. Por eso no puedo ser comprensivo con su postura. Por eso no admito que me intenten convencer de que esos recortes en ciencia son más asumibles que otros, y que por tanto han de ir primero.

Tampoco me convencen aquellos prestos a distinguir entre investigación aplicada y básica, la primera se salva, la segunda la dejamos sólo para los tiempos de bonanza. A esos les recuerdo que la ciencia básica lo es precisamente porque sienta las bases de la aplicada del futuro; si no hay base, no hay futuro.

Y otros ocurrentes, quizá los mismos, dicen que los jóvenes investigadores deben irse a buscar tierras mejores, haciendo su doctorado en Estados Unidos, en Escandinavia etc. Y digo yo, si se van porque aquello está mejor, y aquí no se apuesta por el futuro, ¿a cuento de qué van a volver a una España antropófaga, de peineta y procesión, de capote y hormigón? No se confunda la sana movilidad de investigadores con la emigración.

A esos responsables de gestión pública que cortan ciencia, joven o no, que cortan salud y cultura, no se les recordará como el que recuerda a un pariente de un pasado más, mucho más duro. Más bien pienso que no se les recordará en absoluto.

2012-03-03

Más osadía en conservación

Por Mario Quevedo

El título de esta entrada no es más que la traducción libre de una editorial aparecida en el número de Febrero de la revista científica Conservation Biology, que me ha dado pié a intentar divulgar y comentar alguna cosa que tenía en el tintero (la siguiente imagen contiene un enlace al artículo).

Antes de entrar en materia, un poco de contexto: Conservation Biology es una de las publicaciones periódicas de la Society for Conservation Biology, de origen estadounidense pero de ámbito global. Existe de hecho una Sección Europea de la SCB. Es ésta una sociedad de profesionales de la conservación, lo que incluye multitud de formaciones y extracciones y, por tanto, frecuente debate.

No se si los vaivenes de prestigio de las revistas científicas, bastante relacionados con su capacidad de adaptarse a los cambios y con la habilidad de los sucesivos editores-jefe, permitirán afirmar que Cons. Biol. sigue siendo la publicación por excelencia en Biología de la Conservación; pero sin duda es la pionera y una de la más conocidas. Como tal, su contenido muestra la tendencia en el pensamiento conservacionista de investigadores y gestores1.

¿Qué dice pues esa editorial reciente? La verdad es que empieza bien, sin coger prisioneros, sin perder el tiempo en fanfarria:
Should conservation targets, such as the proportion of a region to be placed in protected areas, be socially acceptable from the start? Or should they be based unapologetically on the best available science and expert opinion, then address issues of practicality later?
¿Deberían los objetivos de conservación, tales como la proporción de una región incluida en espacios protegidos, ser aceptables por la sociedad desde el principio? ¿O deberían en cambio basarse sin excusas en la mejor ciencia disponible y opiniones de expertos, y ocuparse más adelante de asuntos eminentemente prácticos?
Los autores centran el problema a escala global:
The pro-growth norms of global society foster timidity among conservation professionals, steering them toward conformity with the global economic agenda and away from acknowledging what is ultimately needed to sustain life on Earth
Las normas pro-crecimiento de la sociedad global promueven la timidez entre los profesionales de la conservación, conduciéndoles a la conformidad con la agenda económica global, alejándose de reconocer lo que realmente es necesario para sostener la vida sobre la Tierra 
Katapún. No se me discutirá fácilmente que estos chicos saben escribir. La verdad es que recomiendo la lectura del original; no es muy largo y siempre será mejor que mi selección de pasajes. Para resumir el espiritu del artículo, selecciono este pasaje:
 [...] Rather, conservation professionals must become part of the constituency that promotes life on Earth. Our task is not to be beaten down by political reality, but to help change it. Nature needs at least 50%, and it is time we said so.
Los profesionales de la conservación deben pasar a formar parte de los promotores de la vida sobre la Tierra. Nuestra tarea no es someternos a la realidad política, sino ayudar a cambiarla. La Naturaleza necesita al menos un 50% [de territorio protegido], y ya era hora de decirlo.  
Como el propio artículo indica, imagino que esta y otras ideas similares serán responsables de que al parecer algunos técnicos de la administración asturiana me consideren un "radical impresentable"2.
Ambitious targets are often considered radical and value laden, whereas modest targets are ostensibly more objective and reasonable
Los objetivos ambiciosos son a menudo considerados radicales y cargados de valores, mientras que objetivos modestos son considerados más objetivos y razonables
Supongo que un calificativo como "radical impresentable", proferido por personas a las que apenas conozco y con las que nunca he hablado, refleja que habrían preferido que mis opiniones salieran ya filtradas, matizadas tras contrastarlas por ejemplo con los gestores del medio rural, con las sociedades de cazadores, con los sindicatos agrarios y del carbón, etc. Habrían preferido entiendo recibir directamente una opinión tipo consenso.

Pero ocurre que el que suscribe opina lo que cree oportuno, en función de su formación y profesión. Opina además que el consenso es una idea sobrevalorada en sociedades democráticas, por su natural tendencia a prescindir de la potencial brillantez de ideas excéntricas3, y de primar a los más voceras o mejores negociadores - no necesariamente las mejores ideas. Entiendo que el consenso es necesario en situaciones extremas, para evitar por ejemplo violencia o injusticia manifiesta. Para todo lo demás, podría sustituirse por el concepto de votación libre y el anejo de aceptación de los resultados de tal votación.

Me explico con un ejemplo hipotético: un biólogo, como consecuencia de formación y profesión, le cuenta a un político que "lo bueno para tal ecosistema es tal tipo de gestión". A la vez, un sociólogo, por formación y profesión, le dice al político que "fijar población en tal municipio rural pasa por tal actuación o inversión no compatible con la conservación". El político hace luego su trabajo, i.e., política. Toma una decisión en función de la información disponible, y así se la transmite a la sociedad. Por ejemplo: "he decidido que la prioridad es fijar la población con tal actuación, en perjuicio de la conservación. En las próximas elecciones tienen uds. la oportunidad de refrendar o rechazar mi  gestión". La alternativa, por desgracia habitual, iría más en la línea del político haciendo malabares tipo "la información disponible nos dice que hemos de fijar la población compatibilizando la inversión con el desarrollo sostenible, el turismo, la conservación del ecosistema, y la paz mundial". Consenso.

Personalmente, y como consecuencia de mi formación y profesión, agradezco leer que la Biología de la Conservación debe pedir más. Para dar menos están otros. Y si algún responsable de gestión medioambiental cree que esto es radicalidad impresentable, que revise la definición de su profesión. O se vaya, como decimos los de Gijón, "a ver la ballena".

1Escribo esto con bastante frustración y amargura: en mi experiencia - y espero que alguien me contradiga con hechos pronto - debo dejar fuera de esta afirmación al promedio de gestor de medio ambiente español, alejado en su práctica de criterios científicos. Discutir por qué se escapa de mi intención en esta entrada.
2 La única razón de no acompañar la información de nombres y apellidos es que no me lo han llamado directamente, me llega vía terceros y, por tanto, necesitaría contrastar los hechos.
3Por ejemplo, en la sociedad Kikuyu de la Kenia precolonial de principios del S. XX, sería una idea excéntrica dejar de practicar amputaciones genitales en la pubertad. Supongo que de aplicar el principio del consenso entonces, muchos seguirían quedándose sin partes de su genitalia. Entiendo que una idea excéntrica contemporánea es que los cielos abiertos están destrozando comarcas del Norte de León.